Primera sed que nunca saciamos
por lo
aparentemente habitual: las mañanas verdes y olores
venidos del florecido narciso frente a mi casa; cuyas paredes estaban hechas de caña flecha. Estratégicamente
embadurnadas con barro, amalgamado con estiércol de
vaca y cuartos de tierra pisada; un auténtico oasis para
contrarrestar, como dije al comienzo, el tórrido calor.
Entonces por las noches, mi progenitora de instinto matriarcal, algunas veces evocaba la lluvia, colocando ollas
y cubas en canaletas artificiales para abastecernos de la
bendita agua del cielo, o cuando la luna era llena todos
los hermanos nos acomodábamos en troncos, mientras
nos relataba alguna de las historias de Las mil y una noches, que posteriormente leí. En otras ocasiones era mi
abuelo materno Eudosio, ciego además en su vejez y buen
conversador quien recitaba poemas y en especial me
hizo aprender de memoria "horas de tiniebla" de Rafael
Pombo. Indudablemente es una dicha para las almas
de gran sensibilidad poética y artística, poder percibir en
todas las formas las pinceladas paisajísticas, crecer con
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tantas historias de tradición oral, o tener el privilegio de
estar tendido bocarriba en un canoa buscando figuras en
los en los arreboles de anaranjados atardeceres, mientras escucha el chapoteo rítmico del remo dar una y otra
vez contra la superficie del agua, o zambullirse en aguas
cristalinas poco profundas y confundirse con pececillos
de colores. leer todo...
Edwin Alberto Herrera Jiménez
"Entre el silencio y el viento", el periódico Universal y algunas revistas culturales. En la actualidad reside en el municipio de Soacha y Bogotá donde ha sido invitado a diversos eventos culturales. leer todo...