ATAQUE SIN TREGUA

El comisario Mendoza se incorporó muy despacio. Estuvo sentado en el catre unos cuantos segundos, masajeándose la nuca mientras terminaba de despertarse de la siesta diaria, que se repetía... ¿desde hacía cuántos años?... en ese momento, no lo recordaba. Se puso de pie, y se acercó a la ventana que daba para la Plaza Principal. Se desperezó, arqueando la espalda y estirando los brazos. Miró hacia afuera y los charcos de agua le recordaron que había estado lloviendo, justo a la hora de su bendita siesta...

El rubor, le enrojeció el rostro más aún. Loreley, tragó una saliva inexistente; contuvo la respiración, y sus ojos se inundaron? los cerró, y sin importarle la presencia de sus dos amigas, que le esperaban del otro lado de la calle y de la gente que circulaba a su alrededor, elevó el rostro, ofreciendo sus labios para un beso largamente esperado.
Mauricio los besó como si temiera que fueran a esfumarse. Le tomó la faz con ambas manos, la sintió estremecerse, respirar agitada, dejando escapar una lágrima tibia, que se escurrió entre los bellos de su antebrazo...

El césped impecablemente cortado, amortigua el ruido que hacen algunos de los pesados cuerpos al caer. Diez de los Camaleones, se deshacen silenciosamente de sus mantos vegetales y se posicionan en sus lugares, sustituyendo a los caídos. Los dos restantes, provistos de anteojos infrarrojos, usan pequeñas herramientas para abrir una de las puertas de servicio, y entran como espectros, armados de pistolas automáticas con silenciadores. Con felinos movimientos, avanzan en dirección a los dormitorios, regando hojarasca por el lustroso suelo de madera pulida...

Los lúgubres zumbidos de un moderno helicóptero que apenas se ve, acallan momentáneamente la cantinela nocturna de los grillos. Del interior del vientre de la negra máquina, van saltando de a uno media docena de supuestos soldados. Cuando el grupo se halla en tierra, la nave se eleva y desaparece en la negrura de la madrugada... leer todo...