Con fuego y lágrimas, un reino se caía en pedazos. Mientras en un pequeño pueblo, que antes era una gran ciudad, el silencio se colocaba en rincones poco sospechados. La sombra de sus pisadas y el aliento desesperado de sus habitantes, no solo exigía ese segundo de tranquilidad. Aunque quisieran, era claro que nada volvería a ser como antes.
Con la guerra y las sombras colocándose en cada vórtice de rotundas esquinas, la penumbra vagaba con el viento. La poca vida, aun dentro de la que parecía ser hermosa, desaparecía lento.
Esas personas, de ilusiones y esperanzas en una libertad; con la llegada de sus reyes, se hacían humo con las primeras horas del día. De nada servía luchar, de nada servía levantarse; si nadie los escuchaba.
En Casquel, los lagos se teñían de un tono grisáceo, muchas veces verdoso. En Casquel, las pestes ni se salvan de la llegada de Los Honders y el murmullo del acercamiento de Los Carceleros. El comienzo como el final, simplemente andaban de la mano, como viejas amigas, a punto de unirse en un lazo interminable.
Justo ahí, en las sombras, donde nadie se atrevía a verla, se hallaba la figura de una chica. Sus cabellos negros y finos pasaban al final de la cintura, y sus ojos verdes; verdes esmeraldas, no tendría que estar ciego medio pueblo para saber, que se trataba de la posibilidad más cercana a llegar a la muerte.
El llanto. Las pesadillas? Ella lo conocía a la perfección. Incluso los sueños y deseos que albergaba esa gente; lo sabía todo.
Esperanza, ¿Qué era la esperanza para ese reino?
Aun con toda esa destrucción y una guerra no dispuesta acabar, Jersis apenas conocía lo que era el temor, manchado con sangre y sudor. La chica, lo sentía en los huesos, en la piel cuando el viento trataba de darle ánimo, y en su mente, cada vez que soñaba con esas voces.
De día o de noche, el destino de ese reino le pertenecía a ella.
Sin un nombre, sin padres, sin una familia y sin un objetivo; solo le quedaba esperar a que algo nuev leer todo...