La aprendiz. El aprendiz.

LA APRENDIZ. EL APRENDIZ.
Un día me tiraron a la calle como si fuera basura, pero por suerte caí cerca del contenedor y no me hice nada. La viejita que me lanzó desde su ventana estaba llorando, pero yo no sabía por qué ni desde qué piso. Tú venías por ahí, con tu ropa rota y tu cara sucia, pateando piedras y recordando lo mal que te trataban tus padres viciosos antes de escaparte. Cuando me viste no me pegaste, sino que me recogiste y me metiste en tu bolsillo menos roto. Ese día cambió mi destino y el tuyo, porque había algo esperándonos. Por la noche me usaste como tu almohada de sueños, detrás del contenedor. Por la mañana, como todo niño, quisiste jugar conmigo como la viejita hacía antes, y buscando entre la basura encontraste mis accesorios. Me pusiste cuatro hilos y dos palitos de helado para sostenerme. Se te ocurrió hacerme saltar en la acera, frente al contenedor. La gente se paraba a mirarnos y nos echaba monedas sin que se las pidiéramos. Así empezó nuestra oportunidad. ¡Se acabó tu hambre! ¡Yo me convertí en tu artista de trapo! ¡Tu milagro! Me hiciste tu aprendiz de títere y tú mi aprendiz de titiritero. Juntos recorrimos muchas calles, haciendo reír y llorar. La gente nos veía y nos daba sus propinas, en el parque verde, con el aire fresco. Nos aplaudían atentos, emocionados con sus amores y penas. Tú me enseñaste a hablar sin hablar, a cantar sin cantar, a sentir lo que tú sentías, a bailar sin ser bailarina; ¡tú eras mi milagro! Yo te enseñé a crear, a imaginar sueños mejores conmigo; a jugar y a vivir historias bonitas que solo existen en el mundo de los niños. Éramos la aprendiz de títere y el aprendiz de titiritero; dos almas unidas por hilos invisibles de amor marcados con la cruz sagrada de las paletas. Pero te fuiste alejando de tu infancia rápido, creciste y me dejaste sola y triste, sin saber qué hacer ni qué decir por tanto tiempo... ¡me soltaste la mano! Te fuiste con tu nueva amiga blanca con capucha y canasta para el dinero, comprada leer todo...