El autor sufrió un evento cardiovascular a los 35 años. El pronóstico médico fue implacable: un edema cerebral maligno muy difícil de superar por la extensión del mismo, según mostraban las placas radiográficas. Solo se requería el permiso de sus progenitores y de su esposa para desconectarlo de los equipos que lo mantenían con vida. Estas fueron sus palabras: "La magnitud del daño es tan grande que solo un milagro podría evitar la muerte; de todas formas, dejo eso a conciencia de los neurocirujanos, quienes decidirán qué conducta adoptar". Sus familiares y amigos pidieron a sus padres que no permitieran que me quitaran los equipos médicos que significaban una esperanza de salvación. Al tiempo que se desarrollaba, en la sala de cuidados intensivos, este proceso de decisiones racionales e incertidumbre, otro desafiaba la confianza en la ciencia y la contrastaba con la fe. Esa dualidad, de la cual el ser humano no se desprende de manera tan fácil, estaba en pugna silente. El estado de coma se prolongaba: 17 días de sueño profundo en un sin lugar desconocido, sin fronteras de tiempo o de espacio. Desde ese primer momento de angustia y desasosiego, se inicia una lucha espiritual para salvarme la vida. Cinco operaciones en el cerebro y cientos de voces silentes expresaban su voluntad de salvar a su ser querido. Esa fue la clave para lograr rescatarme de la muerte. Oraciones originadas en el poderoso proceso de la fe lograron su objetivo. Actualmente me he recuperado y reintegrado al trabajo, gracias a la erupción de oraciones que se atrevieron retar a lo racional y combinarlo con el poder de sanación que se generó en los momentos más cruciales de mi vida. leer todo...